La historia del caballo y jinete es larga y compleja. La evolución en la manera de montar a caballo fue un proceso paulatino de acumulación y transformación de conocimientos. Ya por 1700 a. C., estaba en pleno uso el caballo en conexión con carros por todo el Mediterráneo. Eso fue posible por la invención de una rueda con rayos, que fue más ligera que las anteriores, y la subsiguiente fabricación de un carro ligero que un caballo de poca estatura podía jalar. Con eso, el hombre y el caballo fueron compañeros en las guerras y en las cacerías por unos 4000 años. Aparentemente el hombre inventó desde el principio el uso de una forma u otra de freno para controlar el caballo. Hubo distintos bocados (frenos) que iban desde los sencillos al principio, hechos de una barra recta, hasta llegar a unos bastantes severos, con picos por los lados de la boca. Pero también fue común el bocado articulado en medio, similar a lo que hoy en día se nombra “filete quebrado”, considerado mucho más suave para la boca del caballo. Antes, también se usaba una tira de cuero que se amarraba a través de la boca, similar a la que fue usada milenios después (el siglo XVI d. C. en adelante), por los indios que habitaban las grandes planicies de Norteamérica. Pero con el uso de un freno más severo fue posible controlar mejor al caballo y el jinete tuvo más posibilidades de usar armas, mientras estaba montado. Además, se hizo factible la selección y cría de caballos más fuertes y mayores de tamaño, que antes habrían sido imposibles de controlar. Las sociedades sedentarias, con una agricultura desarrollada, podían alimentar a sus caballos con granos. Eso fue muy importante para lograr un caballo de tamaño mayor y de más resistencia y velocidad. La infantería se hallaba en desventaja frente a una tropa con carros o montada, y más cuando se trataba de caballos fuertes y veloces (Budiansky, 1997; Chevenix-Trench, 1970).
Pero todavía los jinetes montaban a pelo o con una tela sobre el lomo del caballo. El mejor registro de estas épocas es un libro escrito por el griego Jenofonte (2001), nacido en 430 a. C. en Atenas. Jenofonte escribió el primer libro sobre el arte de dominar, montar y cuidar el caballo. Este libro es uno de los documentos tempranos más ilustrativos sobre todos los aspectos del equipo y la monta del caballo. Incluso, muchas de las técnicas que él planteaba, siguen vigentes hoy en día. Los griegos montaban a pelo y, según los dibujos y esculturas de la época, lo hacían sin pantalones o totalmente desnudos. Eso dificultaba el manejo de armas tipo lanza, como arco y flecha. El jinete tenía que ser joven y muy hábil. Los hombres un poco pasados de peso y de edad, se hallaban limitados arriba del caballo. Después de Jenofonte, por mucho tiempo no hubo un documento escrito que contuviese tanto detalle sobre el jinete y el caballo. Es por las excavaciones arqueológicas, los artefactos y las pinturas, que sabemos cómo evolucionaron las distintas razas del caballo, y también la monta, la guerra, la cacería y los objetos asociados a él (MacGregor-Morris, 1979).
Después del freno, la invención más notoria y relevante para la monta a caballo fue el estribo. No se sabe la fecha exacta de cuándo comenzó su uso. Algunos historiadores lo acreditan a los hunos que habitaban cerca de la gran muralla China, y que la extensión de su uso hacia el resto del viejo mundo, fue por las invasiones de Atila. Según un historiador (Chevenix-Trench, 1970: 64), un oficial chino escribió en el siglo V d. C., que el estribo fue inventado por los hunos. Una vasija de Corea hecha en forma de caballo con jinete del siglo VI d. C., también documenta su uso. Los registros arqueológicos indican que el estribo fue usado por primera vez en Mongolia, y su uso se extendió rápidamente a otros lugares. Con los estribos incorporados a la montura cambió la forma de usar las armas. La invención de este objeto, totalmente revolucionario para la monta del caballo, hizo posible que los jinetes se pudiesen parar con apoyo, logrando así fuerza y equilibrio para mantener con firmeza su lanza, o disparar flechas con el arco. Con eso lograron mucho más precisión, velocidad y distancia con sus armas. Los jinetes guerreros montando sin estribos, no podían competir contra los invasores que ya los tenían. Se registra la rápida incorporación de los estribos a las montaduras, principalmente en los lugares por donde pasó Atila el Huno. Con el estribo, se hizo más fácil para el jinete subir al caballo, y más con la vestimenta de protección, como la armadura, que entonces pesaba mucho. Al principio ésta fue hecha de cuero y después, de metal (Chevenix-Trench, 1970: 64-65).
El caballo llegó a ser de una importancia enorme para las batallas, a tal grado, que en China importaban garañones de Persia y, en el siglo II d. C., cultivaban alfalfa para alimentarlos. El clima húmedo y caliente de las tierras bajas de China no era saludable para los caballos que estaban adaptados al pasto de la estepa caliza y seca al norte y al oeste. En el siglo VII d. C. los emperadores Tang establecieron en estas tierras más aptas, grandes criaderos para mantener hasta 300 000 caballos. Al principio de la era cristiana, en el mundo árabe, el caballo no era muy importante, solamente los beduinos criaban caballos. En estos tiempos, se usaba el camello para las guerras. Fue el profeta Mahoma quien reconoció la importancia del caballo para lograr una buena caballería, necesaria para la expansión del mundo musulmán. El Profeta promovió con intensidad las crías de buenos caballos, alimentados con el pasto seco del desierto calizo y con cebada sembrada en los oasis. De estas crías, resultó el excelente caballo Árabe, conocido por su inteligencia, velocidad, agilidad y aguante. Hay un dicho viejo del Sahara que dice: “Caballos para pelear, camellos para el desierto, bueyes para los pobres” (Chevenix-Trench, 1970: 70-71).
Durante la Edad Media en Europa, el caballo fue criado de mayor tamaño con fines de cargar a los caballeros ataviados con armadura muy pesada. Y desde entonces, comenzaron a distinguirse entre distintos tipos de caballos, unos para la caballería, otros para el trabajo y, lo que llega a ser muy importante después, el caballo para correr. Una fuente descriptiva muy importante de esta época es el tapiz Bayeux, con fecha de 1066, que tiene una serie de escenas que demuestran cómo los caballeros normandos en la batalla de Hastings montaban y peleaban. Gracias a este tapiz, es posible reconstruir la forma de montar y el tipo de caballo de entonces. Los jinetes usaban el estribo muy largo con la pierna y pie hacia delante, como hoy en día monta el charro mexicano y como es el estilo vaquero tejano. Pero en otras culturas, hubo distintos formas de montar. A fines del siglo XI, los caballeros de las cruzadas con su monta, caballos pesados y armadura, también pesada, fueron sorprendidos por los musulmanes. Ellos tenían caballos ligeros tipo Árabe, con una montura ligera y, muy importante, montaban de otra manera, con la rodilla flexionada y la pierna más equilibrada en relación con el cuerpo. Eso daba, en general, un asiento mucho más balanceado, similar a la forma moderna de montar en albardón. Los cruzados encontraron una batalla difícil contra estos jinetes ágiles, con sus caballos veloces y aguantadores, que escapaban fácilmente, después de que sus jinetes tirasen una gran cantidad de flechas. Las flechas no podían entrar a la cota de malla de los caballeros, pero sí pegaban a sus caballos, causando grandes pérdidas en la batalla. Pero, a la larga, con los caballos pesados y los caballeros con su impenetrable armadura, lograron parar los avances de los musulmanes (Chevenix-Trench, 1970: 79).
En el siglo XVII fue desarrollado en Inglaterra el caballo Purasangre, de una cruza del Árabe con el caballo local. Este caballo veloz y con capacidad de correr largas distancias, no solamente influenció la caballería británica, sino también a casi todo el mundo occidental. En Rusia los cosacos montaban caballos de una mezcla de raza Árabe y Purasangre, procedentes de los enormes criaderos en la gran estepa. En el siglo XVIII, Pedro el Grande tenía bajo su mando una fuerza montada de 84 000 hombres (MacGregor-Morris, 1979: 25).
Con la cría del caballo Purasangre, también comenzaron en serio las carreras de caballos que, hasta la fecha, son dominadas por esta raza. En el continente americano no hubo registro de ningún caballo después de su extinción a fines del Pleistoceno, hasta la llegada de Hernán Cortés en 1519. Cortés introdujo a México garañones y yeguas. Antes, en 1494, cuando Colón llegó en su segundo viaje al Nuevo Mundo, había traído consigo 24 garañones y 10 yeguas, pero éstos no llegaron al continente (Budiansky, 1997: 40).
Durante la Edad Media en Europa, el caballo fue criado de mayor tamaño con fines de cargar a los caballeros ataviados con armadura muy pesada. Y desde entonces, comenzaron a distinguirse entre distintos tipos de caballos, unos para la caballería, otros para el trabajo y, lo que llega a ser muy importante después, el caballo para correr. Una fuente descriptiva muy importante de esta época es el tapiz Bayeux, con fecha de 1066, que tiene una serie de escenas que demuestran cómo los caballeros normandos en la batalla de Hastings montaban y peleaban. Gracias a este tapiz, es posible reconstruir la forma de montar y el tipo de caballo de entonces. Los jinetes usaban el estribo muy largo con la pierna y pie hacia delante, como hoy en día monta el charro mexicano y como es el estilo vaquero tejano. Pero en otras culturas, hubo distintos formas de montar. A fines del siglo XI, los caballeros de las cruzadas con su monta, caballos pesados y armadura, también pesada, fueron sorprendidos por los musulmanes. Ellos tenían caballos ligeros tipo Árabe, con una montura ligera y, muy importante, montaban de otra manera, con la rodilla flexionada y la pierna más equilibrada en relación con el cuerpo. Eso daba, en general, un asiento mucho más balanceado, similar a la forma moderna de montar en albardón. Los cruzados encontraron una batalla difícil contra estos jinetes ágiles, con sus caballos veloces y aguantadores, que escapaban fácilmente, después de que sus jinetes tirasen una gran cantidad de flechas. Las flechas no podían entrar a la cota de malla de los caballeros, pero sí pegaban a sus caballos, causando grandes pérdidas en la batalla. Pero, a la larga, con los caballos pesados y los caballeros con su impenetrable armadura, lograron parar los avances de los musulmanes (Chevenix-Trench, 1970: 79).
En el siglo XVII fue desarrollado en Inglaterra el caballo Purasangre, de una cruza del Árabe con el caballo local. Este caballo veloz y con capacidad de correr largas distancias, no solamente influenció la caballería británica, sino también a casi todo el mundo occidental. En Rusia los cosacos montaban caballos de una mezcla de raza Árabe y Purasangre, procedentes de los enormes criaderos en la gran estepa. En el siglo XVIII, Pedro el Grande tenía bajo su mando una fuerza montada de 84 000 hombres (MacGregor-Morris, 1979: 25).
Con la cría del caballo Purasangre, también comenzaron en serio las carreras de caballos que, hasta la fecha, son dominadas por esta raza. En el continente americano no hubo registro de ningún caballo después de su extinción a fines del Pleistoceno, hasta la llegada de Hernán Cortés en 1519. Cortés introdujo a México garañones y yeguas. Antes, en 1494, cuando Colón llegó en su segundo viaje al Nuevo Mundo, había traído consigo 24 garañones y 10 yeguas, pero éstos no llegaron al continente (Budiansky, 1997: 40).
Probablemente los primeros caballos que trajo Colón fueron de sangre árabe y barb, pero los españoles trajeron, de preferencia, su caballo grande de guerra, más apropiado para cargar un jinete con armadura pesada. Su presencia fue indispensable para el avance de la conquista española. Según dicen, los antiguos habitantes de México, al ver por primera vez al jinete y caballo como un solo objeto, creían que se trataba de un tipo de dios. Pero que pronto se dieron cuenta de que no era así, cuando el primer caballo murió por un flechazo. Con eso se acabó la ilusión. Todo indica que la tradición árabe y mora de montar, pasó a España y llegó a Norteamérica. El uso de la jáquima, o falsa rienda, hakma en árabe, para entrenar al caballo joven, o sea, para arrendarlo antes de ponerle un freno, viene de las culturas árabe y mora. Se menciona que el arte de montar nombrado jineta, que viene del árabe, influyó en la manera de manejar y montar al caballo en Nueva España. Según el diccionario (Gómez de Silva, 1988: 398), jinete viene del árabe coloquial zineti. Incluso, se habla de dos tradiciones de monta españolas, a la jineta y a la brida (Chevenix-Trench, 1970:229).
Los españoles llegaron con una monta como la de los caballeros de la Edad Media. Y, según se dice, este estilo se ve todavía en California, donde la tradición española se ha conservado más (Chevenix-Trench, 1970: 245), mientras en México se fue perdiendo después de la Revolución. La silla charra de hoy en día es mucho más ligera, sin el gran peso de los adornos de cuero y plata. El jinete monta más balanceado, con los estribos colocados en una línea más recta en relación con el cuerpo, no colgados hacia delante como en la Edad Media en Europa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario